miércoles, 1 de agosto de 2012

Política de la fugacidad

Incesantemente consideraba que la felicidad era reirme de las cosas.
Qué se yo, contagiarme del asombro con los demás, regocijarme de la otredad comunicativa, tal vez, estamparme sobriamente en y con  los felices.


 Previsiblemente, diría, la buena predisposición de inmortalizarme hacia los gestos.


Incesantemente la felicidad se permitía entonces, en los modos de los intervalos frenéticos, menoscabando la dopamina del abandono, regresando a los procesos transicionales de lucidez, otrora felicidad del intermedio.


Previsiblemente quiénes se otorgaron a los arquetipos piramidales de los felices, antinaturalismo, alardearon orillas estoicas de saber que, sin rumbo funesto, legitimarían  horizontes plenos de felicidad.


No me conmueve decirte que éste tipo de viraje nos deteriora. " Estancamiento Pleno de Felicidad", serotonina de la negatividad, ostentación que sacrifica al mundo. 


Clinamén de objetarme en persona. Codicia de los territorios fugaces. Arbitrio de sucumbirse felices. No sé, por decirte algo, criterios suntuosos de la inmortalidad.


Incesantemente de la reflexión en amoríos, nos decimos dichosos de sernos felices. Y ejemplificamos cuando recorrimos los mares quijotescos con tal de abrazarnos y admirarnos de la deleidad correspondida.


No sé si querría bajo tales términos, menoscabarte arbitrariedades, con tal de quererte y nirvanearte, otrora ser feliz. Qué se yo, de las cosas que dicen ser felices, ya ni siquiera despiertan.


Históricamente, languidecemos de los oleajes cíclicos, morando cuasi nómade. Y a los fines específicos de determinarnos por sí sólos, con tal de ser felices, elegiríamos el visto bueno de los males.


De ninguna manera redarguiría nuestro ser. Nada de los mezquinos, altamente.


Y por entonces, de las insignias comprendidas bajo el mote huidizo de la felicidad, se ostenta creible, los criterios  fácticos que embravecen las dicotomías.






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