domingo, 3 de marzo de 2013

Una Mente Dispersa

Una mente dispersa no recordaría ni siquiera los embates fílmicos de algún soñador empedernido.

Pero ése no es él caso. Una mente dispersa trataría de agraviarse pensando que resultaría más cómodo, amoldarse a los vaivenes monetarios de la vida, que dimitirse frente a un mundo en ruinas.


Una mente dispersa se contagiaría de amores y no sabría porqué o en función de qué, se debería desacreditar al alma del Dios resucitado.

Pero al mismo tiempo una totalidad de mentes dispersas podrían considerarse mundo, y en definitiva, de una u otra manera, enaltecerlo. Y quizás superarlo. Pero no en el grado de una mente dispersa.


Una mente dispersa en función de las cualidades humanas, ni siquiera se regocijaría de los amores públicos y las veleidades de saberse "cosa consumible". Pero no nos eximiríamos de una mente dispersa.


Una dispersión de la mente, en razón de saberse hilo conductor de un espacio, un momento, tiempo remoto, seduce y corporiza el poderío del mundo. Pero no una mente dispersa.


Una mente dispersa en relación a los sistemas hermenéuticos de apropiación de información, elije, estimula, propicia las ficciones necesarias para desaprenderse de sí misma.


Una Mente Dispersa es volada de sí misma. Adquiere el mal para contrarrestarlo. Su matriz, en cuanto representación abstracta de partes, se subsume al pliego de un amor permanente. Pero no una mente dispersa.




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