martes, 28 de mayo de 2013

Los Niños éticos

Alguien nos esgrimía con anterioridad al cambio de paradigma en el mundo, lo cuantitativo, lo cualitativo, en aprehenderse, en mejorarse. En asimilarse al criterio de las distintas formas elevadas y a priori de conocimiento.

Lo que supone, en otras palabras, los postulados rectores donde se albergaría la idea integrativa de la espiritualidad humana y sus afecciones, el rostro que radicalizaría al mundo.

¿Pero por qué soñamos entonces con una sociedad más justa y soberana de sus criterios, mejor aún, de un mundo sin causa que dañe, cuando bajo la idea de sincronización, es "El Mal" el qué nos puede?.

Alguien diría que el esbozo de tales argumentaciones explicaría en algún modo, y sólo en algún modo, que las posibilidades concretas y fructíferas sobre la mejora del mundo, no condice stricto sensu, con las posibilidades afectivas de su existencia, desarrollo y practicabilidad de la misma.

 Al efecto, deberíamos decir, que estamos imposibilitamos de poder experimentarlo.

Ontológicamente, por comienzo y fin, arrojados al mar.

Pero entonces alguien diría que es preciso resarcir el daño no resarcible,  hacia la autenticidad del mundo, hacia nosotros mismos, hacia la auténtica existencia de vida, e indefectiblemente hacia la posteridad.

Y plasmamos la fácil comprensión de dichas explicaciones. Lo sedimentamos en nuestro campo intelectual de conocimiento y nos cultivamos. Idéntica aplicación al valor real de sus instancias.
A la brevedad el mundo arroja, per se, la inmediata refutación de los postulados rectores, por propia convención del mundo.

Unos y otros adquirimos dolor y tristeza. Angustia y sufrimiento. Y ofrecemos al conglomerado de ideas culpas y castigos cómo reverberaciones satánicas de la incomprensión e ingratitud de la sociedad y su comunicabilidad. 

Y haber sido;  "lo aquello, lo soñado y amado".

Pero no tendría esperanza sí acaso el mundo fuera perfecto. 
Y con una felicidad sentida, me preguntaría sí conmoverme valdría tanto cómo el aura persuasiva de una obra que late hermosa, sedienta del amor, aún más que la grieta cognitiva del hombre, al ras del espíritu humano.

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