sábado, 7 de diciembre de 2013

El Libro de los Escondidos

Ella se enojaba ilusamente, cuando por las implicancias de amarse de manera oculta, seres con el estigma de la representación, se moldeaban al amor y se desvanecían de cualquier sistema.

Pero argumentaba. Se enojaba con los impostores y volvía a des-decirse. Que una cosa es esconder los sentimientos y otra, (grata conciencia) de muy mala intencionalidad, arbitrar indicios ficticios y sin base de sustentación. 

Y cuando el amor mentía, lloraba. Lloraba con la vergüenza de aquellos que con culpa, nunca quedaran obsoletos. Acaso el rumor. Sistematización oblicua de sentidos tergiversados por las huestes de la información social aprehendida. Jurar mal, por el maltrecho funcionamiento de los rencorosos sociales.

Y sentía vergüenza por las acciones propuestas. Por desconfianza, por alteridad de mundo, por lo qué fuere.

Acaso por la incidencia de terceros ocultos observando los detalles. Pero también, por vergüenza de hacerse de mentiras. Elucidando teorías desaprensivas que sólo logran justificar lo inocultable. Repetición de los lazos de maldad. Una sangre hermosa también significa una sangre hermosa. Cosmos de la universalidad del sistema.

Amorío que genera el calentamiento propio del alma. Amorío desproporcionado que ingenuamente piensa que recuperara la paces. Pero por lo pronto, la inspiración que obtiene, a ultranza de la acontecido, genera resistencia al encandilamiento. De momento, lo inaprensible de la redención, prefiere llamarse culpa del amor desacreditado. Rol humano y vestigio de lo no encontrado. 

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