lunes, 16 de diciembre de 2013

Navidad de los marginales

Nada tengo para decirte,  lo más sustancial de los pobres de corazón, la irrelevancia absoluta para festejar la navidad.  Qué para muchos significa, cambio de mudas y un nuevo simulacro esperanzador.

Pero era previsible. Prontamente se fue diluyendo la idea real que proponía cierta natividad. Niño dios en la tierra y el mal borrándose de entre los obstáculos. Lindo entonces el cielo que esperaba la aparición de las estrellas. 


Y nunca hablaban de la simbólica decadencia del mundo. Sino que, restauraban otrora, marginaciones sociales y culpas de falta de educación. Por  no tener ningún principio moral que resplandezca al menos, con la idea intuitiva de dios. 


Acaso memorizaban los placeres de la carne que debían desvirtuar y luego, sobreentendiéndose; dios no juzga, sino que olvida en la tierra la felicidad de crear por motu propio el universo y no decir nada.


Entonces enamorarse significaba la unidad conceptual de los días nublados con la confrontación sesgada; humanidad representada en las vertientes oscuras de la resurrección.


Y entonces el mundo no aflojaba en la creencia de seguir siendo vivo. Languidecía, sólo languidecía en los festejos de superar la divinidad. No Amaba. Licuaba el amor del niño dios para protegerse de las hipócritas auras, cuasi perfectas, de alguna soberana extraterritorialidad.



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