jueves, 27 de febrero de 2014

De las apreciaciones intempestivas en la muerte

Ahora entiendo porque consideraste alejarte de mis implicancias pasionales. De la zozobra que te producía el celo superfluo en el temperamento inquietante de algunos déspotas.

Pero esto es en cierto sentido, historia pasada de la conmiseración humana.

Donde unos y otros se envalentonan por acaparar la razón absoluta de la verdad. Razón construida en los modos inquietantes del infortunio social.
Del descrédito entonces, por los valores correctos de la vida.

Pero es poca cosa quererte sin haberte conocido. Suponiendo la lujuria abstracta de cualquier acción de lucifer. Para entonces derramaría sofismas, implicando algún hermoso dicho de los modelos de referencia.

Y conviene decir que esto es una apreciación insensata y débil, frente a los acontecimientos que sugieren mayor cataclismo ante la autenticidad del mundo. Por eso: es una rareza, Dios con vírgenes para acompañar el tiempo.

Porque el mundo no cambia por melancolía de los recuerdos acéfalos, donde la imposición del desorden, implicaría la sustitución de la angustia por la bravura del aura, en territorios ofrecidos al corazón de la felicidad.

Una felicidad díscola, superpuesta a las interpretaciones de la constitución del pensamiento. Porque no existe la sincronización presente del tiempo sin amor, sin deseo. Sin lenguas permisivas que den cuenta de las diferencias.

Donde amarse sin falsedad sea intempestivo del habla. Que cuando los miedos nos arrastren, las aguas vengan hacia el resto. Hacia el amor escondido. La muerte entendida por el sacrificio del mundo. 

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