lunes, 14 de abril de 2014

La psiquis que intriga al mundo

Es un momento de total deslumbramiento cuando uno se detiene frágil, frente al conocimiento exhaustivo del quid corporativo del funcionamiento humano.

Una aspereza, que el idioma identifica como malestar de conductas, cuando a veces los niños vociferan ansiedades de los grandes. 


Terror. Violencia y algún perogrullo. Violencia y vicisitud marginal que dañan a nuestros órganos vitales. Y tan repentinamente, a instancias de afectar a nuestras propias calamidades del alma. 


Y no quiero arguir con esto, que solo un mundo estrictamente bueno tiene validez para su existencia y al resto, a la malicia reinante, deberíamos despojarla del derecho de vivir en sociedad, e inclusive desterrarla de la innata posibilidad de amor de un prójimo.


Es un invento. Un invento que alardea de como cada mente interpreta una mente. Y al resto de las corporalidades del amor le mentimos que Dios existe y que piensa lo correcto por nosotros. 


Y que algún día premiará a la ciencia para la plausibilidad de la paz.  El espectáculo mínimo que cada ser con creencia de otras vidas,  se debe a sí mismo.


Y con su estado de afecto.  Y con la idea de dignificarse en el planeta y vivir. Pero nada es tan embriagador e intuitivo, acaso como la solidez de una creencia cultural, que estas consideraciones.


Salirse de la dimensión espacio-tiempo,  también equivaldría a ser resto en otro punto mayor de pensamiento.

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