miércoles, 2 de abril de 2014

Yankie y agrandado

Es cuando te decía que el mar se movía por génesis de la decantación del mundo. Y admiraba entonces, el oleaje, la formación de la servidumbre, la exposición del ir y venir de los aconteceres.

Pero subyugado de mí, aparecía salido, entrado en otra consideración que no genera la tibieza de la atracción, Del núcleo biológico que te permite vivir. 

Pero eran otras instancias. Donde no nos conocíamos e incluso la frivolidad de la mente reinaba sobre mi pensamiento. Donde no advertía del daño causado a los pares y aparentemente, generaciones tras generaciones se liquidaban en lo mismo.

Por eso volví a recordarte. Del amor. De los paseos en fuga cuando en verdad estábamos obligados a las aulas creídas de la facultad. Que en todo sentido se ofuscaban de nosotros pensando de la insensatez que generábamos, planteando rebeldías consumistas y sólo de los pasatiempos.

Y estabas dolida por la ausencia de tu padre. Que lagrimeabas a escondidas donde tu alma le permitía latir. Debatiendo de haberte criado sin él. Sin su afecto. Sin sus modos de considerar a la vida, del timing que debió  generar el amor  para enamorar a tu propia madre. Y aún más, a los espectros cosmopolitas que heredan poderes y delegan lo que no quieren, lo que no pueden.

 Por eso te importaba quererme. Quererme incluso, porque no tenías otras cosa más que quererme por la ausencia de su presencia. Al menos eso intentaban explicarte los doctores de la sabiduría. Acaso negando la verdad.

Un alma volada en mil pedazos no hace más que pedir volarnos los sesos en otros tantos mil pedazos. Política de la economía y las correspondientes presiones sociales que emiten el miedo necesario a volar sin ningún destino.

Pero entonces, decir la verdad es lo que cuenta. Te quise de manera auténtica. Porque no tengo otro modo de ser. Acaso tendría que agraviar a la naturaleza y realmente de ninguna manera lo merece. Perfecto caso pero no nos interesa.

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