lunes, 5 de mayo de 2014

El odio iconoclasta, para la subversión de clase

Hoy por intromisiones de espías, todos nos sumergimos en los vaivenes utópicos de la democracia. Invento morigerado por las diferencias clásicas de su fundamentación. Y aunque se suponga ingenuo de decir, algunos viven a posteriori de esos vaivenes reinantes e incluso, alardean de las implicancias a una economía realista que impide los sueños de libertad e independencia social. 

En contraposición, se vuelve absorbente la idea de un Amor de Clase. Nos repiensa y dirige a la profundidad de nuestra alma. Y aquí, por deforestación, se conduce a la aproximación del odio iconoclasta.

Vestigios de lecturas inhóspitas, enardecidas al fragor de la clase decorosa de la humildad. Sin altanería.

Donde navegar encajetado presupone la airosa tarea de la superación de uno mismo. Y sabiendo que no es conducente amarse por capricho o, por cabida del deseo corporal de una máquina de la conveniencia.  

Esto es, el vil desprecio de las situaciones que sabotean al Bien. Estigma y prejuicio por la inutilidad de la racionalidad.

Por obvio que implique disponer de algunas informaciones, los sistemas inherentes de la democracias se legitiman a si mismos. Agua para los matorrales y cuadro indiciario de los remanentes.

Pero nadie se excluye de la arbitrariedad porque sí de los estadistas.
Que confunden sistema de permisividades con goce continuo de la altanería primordial de los iracundos. Cierto, excepto que no surge para los convidados de caradurez y otrora, soñadores de progresismos slow o in a ralenti.

Que a modo de distorsionar los afectos, descreen de la naturaleza y sus efectos de calentura. Luego, se convierten en vectores de leyes para corroborrarse en civilizaciones dinámicas y divididas por causas y consecuencias del a priori. (Nunca se extinguirá la pobreza. Irremediable déficit de la superación del mundo)

Nada como verte fregar en mis dientes. Los del amor. Los de la ignorancia sin temor.

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