miércoles, 7 de mayo de 2014

Turismo de la repetición

No decíamos nada nuevo. Incluso, cuando la constante era la masificación de ideas para la repetición de un sujeto, en momentos de su introspección, nadie cuestionaba como obsoleto la indignidad de sus palabras.

Pero nos moríamos de placer. Nos moríamos de placer, por el cambio automático de la existencia humana y por acontecernos en algo, que vislumbrara la auténtica verdad del mundo. Si es que existe y no se construye.


Pero repetíamos cantidades de erupciones de territorialidades enfermas de sadismos y diacronías  fulgurantes del amor. 


Mal que nos pese, nuestras costumbres se nos imponen como residuos absurdos de la ignorancia súbita. Y rememorando el mundo, la semejanza de lo nuevo implica desazón por las ordenes jerárquicas. Intromisión cuando no decíamos nada nuevo.


Qué sólo viajábamos por la historia del futuro y robábamos abstracciones del sistema de repetición de siglos. 


Y nos daba poder, tener a una mujer bella.


Acaso sea por la humildad. Por la inexistencia de parte. Por la tendencia de algunos hombres a sujetarse a las estacas propias de la maldad.

Cuando dice sustituir. Repetición al vuelo de la repetición.



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