Y otras tantas veces lagrimeaba el temor de mis padres. Cuando navegaban juntos y exclamaban la intervención de sus hijos. Y a consideración de una comprensión reflexiva, no había justicia material que los abarque y congraciara de verosimilitud.
Era una obviedad. Donde relacionarse con ideas religiosas que se interpretan según las conveniencias del tiempo y la posteridad de los ermitaños creíbles, se estableciera como lo normal.
Y ningún otro sufrió el amor de la solitariedad cómo yo lo hice.
Una solitariedad que habla del pesimismo y la baja hipocresía del infortunio.
Pero habrá infinitud de celos. Infinitud e innecesarios celos. Otrora, leguas y leguas, y un amor inconcluso.
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