Yo pensaba sin chistar que de esa cuestión de la información, quedaría en los anaqueles de la impronta vernácula con el malevaje de los dictados sociales. Incluso más, que a falta de la lógica, no tendría sentido la exageración perfecta o loa del mundo.
Pero nunca falto la codicia por el manejo de la historia y la crianza
individualista en el resto de los jóvenes. Y por tanto, se suponía el grave letargo de inmadurez. Por suicidarse en ideas altruistas o ideas superlativas del bien, que nunca aquejaron al sistema ficticio del dinero y al fantasma del impedimento social. Por ende, escondía energía para amarme en el prójimo.
Y por eso, morir por una consideración espontánea se parece más, a una instancia preliminar, de morir-se sin dignidad en la vida, que al fondo común de las partes. Y estaba sin razón cuando elucubraba sobre la fiebre del amor raudo y feliz.
Acaso Dios me inventaba en mente que nunca me portara mal con las enseñanzas de la buena voluntad y esa idea de la bonanza con el temple frente al remordimiento.
Pero espere mal. Estudié las arduas implicancias del amor desaliñado. Anzuelo, y detuve el tiempo a favor de generaciones que no distinguen el vórtice de encadenamientos diferencial entre Bien y Mal.
Acaso por error u ignorancia se filtran datos que no corresponden con su función.
Y entonces vilipendian la denuncia por encubrir el efecto mordaza.
O a veces, el desacato por tener amor de apariencia con Dios y olvidarse de la molécula que los hizo vivir, y la cruenta historia de las batallas cuando se entrometían con las jerarquías alquimistas y seriales. Por entonces, la savia de la fiebre de la ebullición en carne propia.
No tener miedo es a veces, inspirarse en el mal. La conducta proclive al falso discernimiento. Encubrir, mentir. Acaso la totalidad. Prejuicio de los encumbrados.
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