Escucho y detengo el deseo del gusto. Deceso cuando la niña era niña.
Y entonces, casi por nada del mundo hubiera pensado que Dios existía.
Pero el diapasón nocturno y no tanto, me permiten dilucidar cuando las falsedades del falo se tornan inconclusas y esporádicas. Acaso quería recogerte y besarte. Verte en las rocosidades que te sublevan al inconsciente.
Desatando los rencores estupefactos que languidecen en las misivas soberanas.
Y la lluvia. La lluvia cuando tuve que jurar mortal. Nadaba en tristeza y menguaba a las chicas naif. Nunca una irreflexión que, suponiendo conducta y rigor de los extremistas, pudieran torcer la serotonina aggiornada.
Pero cuanto te endilgue razón, no pudiste más, valorar la especificación del contenido. Altruismo olvidado.
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