domingo, 30 de noviembre de 2014

Iceberg al techo de los árboles

Era importante tener una buena vida para superarse a sí mismo. Ni siquiera sonaba grandilocuente, pero había que considerar la fantasía del mundo bajo esas manifestaciones profundas de la racionalidad matemática. La importancia de superarse a sí mismo. 

Y en esa periodización conceptual, terminológica, de solidificarse en cuanto al bien común sin altruismo de ninguna parte, entré enfermo, inquieto de saberme vástago de las creencias asociativas y sin necesidad de clase. 

Como decir: "Hay gente que se quiere y está lejos, e incluso no se ve".

Esto es, sin permisividad de equivocarme; gusto de la permanencia a un misterio no acotado.

Pero también es erróneo clasificar conceptos y similitudes del mundo cuando nadie hubiera visto a Dios enredado en enamoramientos superfluos. Qué no implica, vociferación incrédula de los arrogantes y el tedio por el amor faltante.

Y el iceberg es un yerro de la naturalidad. Pero yerro no es querer soñar resucitarse en otras vidas. Yerro es morir, fingiendo dolor por los pasionarios.



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