En cuanto a la sapiencia del mar, en el oleaje de sus intimidaciones, no querìa reconocerte articulado al climax màximo de su inexistencia.
Donde Arìstides lujurioso se perdiò encantado de pensar la tormenta buena y palaciega.
Con la cicatriz del terruño, que drenaba melancolìa por motivaciones de ausencias insìpidas y torrentosas. Una malograciòn de terquedad para enamorarse facìl, admitiendo benevolencias e indeterminaciones del obstàculo generado.
Una sophia sin ànimo de lo orgànico y molecular del mundo. Que prefiere bondad, sin resto de elucidaciòn no comprendida. Del torbellino y apariencia injusta. Clamor de la sed usufructuada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario