Me la pasaba juzgando a la espiritualidad de Dios. No sé porque. Pero cada vez que sucedía una inclemencia, infortunio o cosa fea con la vida, echaba la culpa a dios y qué, no hace nada por los pobres. Y moría la política resultadista de dar y no mirar al prójimo. Totalmente (naif) inconducente.
Juzgaba y no sabía ni razonar el funcionamiento del mundo, el establecimiento de clases, los sentimientos versátiles del dinero y nada, aparecía la bravura del enojo y era evidente que omitía Dios en mi suerte.
Ahora que quería restablecerme en el sistema, no tengo amor. Aunque es mentira. No tengo elucubración intelectual de la fiesta y es Dios el que manda la libertad de las libertades.
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