Habías hecho lo necesario para gratificarme en la idea de que la voluntad se compra. En cuanto te deseé la carne blanca y poderosa de tus nalgas, perdiste la intromisión de que alguien sobrehumano existe y te meditaba.
Tenías el prejuicio de que la oralidad del lenguaje solo era a provecho de los impostores, imponiendo deudas imposibles a quienes quieren amarte de verdad. Pero la voluntad se compra. Autorizaste esa idea y negaste a Dios. Perfecto drama de la naturaleza.
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