Dejando de lado el criterio relativista de que todo existe y que es la mente con su capacidad de imaginación quien nos permite perdurar en el tiempo, no tengo ganas de ti. Tanto postulado para el bienestar de los sentidos y ni un dejo de realidad para que la práctica se haga común entre los hombres.
Belleza creía Dios que era el mundo. Y ahora pondera la lamentación de los que sufren ante tanta animalidad y vestigio de los sistemas. Pero sí la solución se cometiera extensamente, habría alguien que extorsionaría tal cometido bajo la linea arribista de olvidarse del amor central.
Y todos somos así. Incapaces de querer auténticamente por fuera de deseos carnales y otras tantas cosas que la vida nos da y permite legitimar.
Acaso la muerte no nos gusta. Es llorar por alguien querido y rememorar de su ausencia cuando nos observamos vacíos en nuestra memoria de afecto. Y por más que declamemos y declamemos, nunca tendremos justicia por sí sola. Porque la pretensión es de no ser inoperantes en la eternidad. Prejuicio de la sabiduría de la matemática.
Y que acaso alguna vez nos pretendan solitarios. Es el hombre el que jura por mudarse de sí mismo.
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