Me entretenía con los hombres que generaban espontaneidad en alguno de sus gestos. Intuían lo correcto o desalmado del mundo sin morigerar su opinión del autor de cierta moralidad eterna.
Y había que verlos. Resultantes del saber y cierta confianza de carisma. Aunque la (cia) los vanaglorie, yo mentía cuando en la intertextualidad de los casos, se supone, debía adularlos.
Contraté a un coach. Un coach ontológico que me expresará las vicisitudes de estar dichoso y no tener cielo para irme a descansar. En el colmo de males, no existe una idiosincrasia propia y ajena que me represente. Es una idea terca que todos tienen y a mi no me une. (black devotion love)
Pero siempre quería demostrar algo. Una verdad, una realidad. Un sistema oculto y paralelo de entre el lenguaje.
Y ya nadie pudo soportarme así.
Tan bello y soberbio. Rapto de la espontaneidad cuando la mente no te quiere.
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