Ninguna mente brillante podía enfrentar el eje de sus corporaciones. Pero había que hacerlo. Táctica y estrategia común de guerra, apareciendo y desapareciendo al confidente. Nosotros, igual estábamos del otro lado porque suponíamos que la intervención de su corporalidad agravaría más su destino.
Y la prueba la tuvo el soberano soportando burlas y dichos por doquier.
Tanta asimilación con el ignorante irrespetuoso que no languideció volver la mirada hacía atrás. Ex profeso, su intimidad no formaba parte de la idea de un deleite summum.
Entonces otario. Otario le decían por no sexualizar sus voluntades metafísicas.
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