Tenía dos pretendientes. Uno para mirarse y el otro para desmitificarse. Había amores esporádicos y una sana visión de los amantes. Gloria. Se llamaba gloria lo que Jesús el incrédulo, necesitaba para imponerse. Llovía y la tierra se hacía dura para compararla, menos para endiosarla.
Llamó a sus expertos de leyes y nunca se mostraron interesados de resolver el problema del hambre. Había intencionalidad de elucubrar la necesidad del amor y dejar a los calientes en grado de sedimentación.
El morbo que tenían por la pendeja era por demás, desiderativo.
Gloria. Gloria de una sensación tapada.
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