Estaba fingiendo. Pero no había simulación del amor. En esas situaciones de decisión, o me dejaba oprimir, o terminaba siendo el gran opresor de las culpabilidades del resto. Y los designios al claro de la naturaleza, no tenían recursos de libertad y felicidad por el guru del encantamiento.
Había desidia entonces en la opresión sistemática y alienada de los tercermundistas. No quería fingir.
Tanta dilucidación de la historia sobre el verbo de la carne y yo debía seguir soportando la angustia de una opresión carcomida y apaciguada por el sexo. Acaso si pudiera liberaría mis instintos.
Madrugué la verdad de la plebe y soñaba con un ecosistema parecido al ideado por Dios.
Tuve que fugar.
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