Yo era uno de los tantos que sabían de cualquier ley, alguna que otra religión, la filosofía profunda olvidada, y el resto de los dichos de Dios que me llegaban por intuición superlativa. Para el amor, todo eso no me servía de nada.
Consideraba lo superfluo, la libido y el ecosistema de un mejor mundo que desconocía. Iba a la noche y me estremecía.
Espiritualmente, no hacía caso a nadie. No sabía de eso ni de la armonía de las fuerzas del chakra, anquilosadas.
Había arañita del conocimiento. Que tonto.
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