Eran bastantes las suposiciones a propósito de qué la libido definiría el mundo. Yo, casi esclavo de la estética que imponía recordar para eternizarse y sorprenderse, me deje ir. Me convidaron ostras apetecibles de esas que fluyen por la re-interpretación del mar, y por magia me embravecí.
Yo quería de vez en cuando, en todo caso calmar mi ego. No decirle a mi carne inteligente que no sabía absolutamente nada, de los problemas climáticos y antisociales. Pero tuve que callarme. Por la propia consideración de las ostras.
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