Muerto el espíritu, la confesión de los iracundos que circulan sin cosmos, brazea en éxtasis, con las ideas que confabulan amor y sustancia dionisíaca.
Tupidez conceptual que no se relata, entra en la esfera de reírse por temor a la instancia de un tiempo desequilibrante.
Dudas y tibieza de una libido avergonzada nada quitan, cuando de la sociedad escondida, aparece el resucitado.
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