Desapareció del mapa aunque yo ya lo había perdonado. Y no me interesaba, que haya sido trepador de mi ingenuidad, de mi honor, y de tantas cosas en las que tengo poder de veto. Ni siquiera en las instancias de un amor narcisista y con intenciones de doblegar las maldades. Pero perdonarlo era lo que correspondía.
Y tuve que lidiar con las leyes que hablaban de matar al presidente. A Dios, y a cuanta cosa se cruzara en el camino. Una racionalidad, se supone, que evitaba la transparencia de los gestos y de no responderle a Jesús.
Al unísono entonces ninguna hoguera iba a dar cuenta de sí, de la desaparición de tu mente. Menos aún, por fuera de tus contextos sociales. Frío. Es frío lo que tenemos cuando mentimos en la verdad.