Los dientes me obligaban a verte. A rendir cortejo a la sinrazón del bosque. Y me obligue hasta el infinito. Pensando que la humanidad podría desenvolverse con la altura que imponía las circunstancias. Pero es de rigor, que rastreamos culpas estructurales ajenas, para extirparnos la crueldad que le ofrecemos a los amores auténticos. Y mentimos.
Falseamos datos con tal de zafar del juicio divino. Grandilocuencia. Aunque una idea justa, de fácil aplicación y envalentonada por los más grandes, no exista en esta superficie.
Que congoja entonces mirarte con signo de irresponsabilidad manifiesta.
Existe lo marginal, lo ermitaño, y con total fuerza, el sinsentido del mundo.
Pero elucubraba tendencia. Tendencia que demuestre el apego a la naturaleza y el respeto para cualquier bienaventurado.
Acaso existan los conspiradores. De borrar al sol y su distancia fidedigna.
Pero demostremos que no somos efímeros. Faltos de total contenido.Que la inspiración del mundo no es arbitraria. Salvando prejuicios e idiosincrasia social de los lumpenares.
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