Ahora es el momento de subordinarme con los extremos. El momento oculto de la cruel arrogancia.
Pero no importaba la sustitución de mi ego por anécdotas superlativas del mundo y sus secuaces. Era la abundancia de no tener noción, ni siquiera de la idea de conflictividad en el desierto.
Pero tuve mi espasmo. El espasmo de amor y la calentura soñada. Y utilice la conveniencia de venderte la imagen. Otrora, cuando la estética imponía la dominación pertinente.
Pura denuncia, de la función y rol de los que saben de Dios. Y entonces eras falso. Falso por necesidad y obviedad de clase.
Pero la fiebre del hastío se despierta. Y no debería recordarte que soy adversario de los inconscientes. Que otorgan heridas a la dignidad de los desafortunados sin consumo ético.
Y es efímero el momento, acaso cuando compruebas el sabor de lo inauténtico. Ubicándote con los cómicos de la conspiración frente a la verdad del improperio, turba de la insignificación.
Y no por astucia, cuando malinterpretamos la muerte.
Es inocencia entonces, pero sobrevivimos al mundo hasta que estaquemos a la ignorancia.
Aunque nos detestemos en la verdad revelada. Pero a mi juicio, el mundo sera invisible hasta que se implosione. Cobardía, implosión, y el algoritmo de la carne domada.
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