Y no le decía: mirá, el ombligo del mundo no está con nosotros. Se fue. Se fue con el resto. Suponiendo un resto de justicia, que hace honor a la virtud de creer en ideas conducentes.
Pero oportunamente, celos para los comunes. Libertad de instintos para los que suponen amor sagrado y pasión por creer en nada. Creer en el destino de la riqueza.
Aunque no se sepa y nadie crea. No tengo ajedrez para dilucidar las intemperies del juego. Y era de esperar que sistemáticamente naveguemos sin despejarnos las dudas.
Culpa de los que mienten y falsean al estofado.
Preferentemente, no creo en los tiranos sin hordas.
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