lunes, 28 de enero de 2013

Los Revolucionarios

Yo pensaba que el mundo vivía obsesionado con dignificarte. Que la hermosura de su naturaleza sería eterna, que ninguna mano del hombre podría arruinar su entorno, pero qué, los encantos de saberse posteridad de lo legado.

Yo pensaba que las jerarquizaciones de imponer y sus intrusas comitivas restaurarían los millones de árboles quemados y dejados a las intemperies. Pero no.

Solo escuchaba decir que el mundo cambiaría, que nuevas formas de gobierno instaurarían las paces, de los tuyos, de los míos. Pero nada. Y a cambio ni verdad. 
Rostros humanos perplejos, tratando de equilibrar lo correcto. Y ahí se suman los ajedrecistas, envalentonando a los sin tierra, la compulsa definitiva por espirituarse con el bien.

Y mientras pensaba y sugería efecto, los contemporáneos. Que en sus distintas facetas, esgrimen la bonanza de que el mundo adquiera ascetismo. Excepto por algunos, y ningún alguno se sitúa en un grado de revelación divina, qué supone determinarse y responderse, que sin comprensión de los tormentos sociales, y a esto, al mundo no le cabe importancia, quien debería abstenerse de sí mismo.


Yo pensaba que esos idolos adorados y legitimados quien sabe por quién, habrían sido ejemplos de vida. No se supone. Pero sus rebeldías, los mínimos actos de honestidad, o esos cuantos valores de asimilación que se acercan a los modos, quizás del innatismo, darían, por lo bajo, la congratulación. 


El placer del placer. Saberse inmortal, invisible, y sin creencias a la vista.
Y pensaba que ellos quieren más, porque el mundo se sabe más.
Pero ellos quieren más en la necesidad de ser más. Y que importa de los que piensan. Si el cariño del amor no incluye algo así como, el sarcasmo, la ironía, el dimitirse sin extrañarse del mundo.





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