domingo, 15 de septiembre de 2013

Los Provocadores de la Misericordia

Justamente cuando percibía el tipo de indicación no palpable para mis ojos, se produjo el convencimiento. Mi alma sometida al grueso desterramiento de las circunstancias, desvaneció a lo imprevisible.

Una tristeza imposibilitada de explicación, que inoperaba la navegación de mí mente, claudicó frente a los marginadores intemperantes del Mal. 


Entonces era obtuso aceptarme liquidado en vida cuando más de una vez, habíamos consumado el hecho.


Pero lo grave de atajarme en consideraciones disímiles, cuando decía que las decisiones que involucran cuestiones personales de índole al Mundo, no se cooptan porque sí, sino que se legitiman en sustancia, para beneficio propio de algún restante. 


Y acaso si soñabas el mal, yo no quería dañarte. No quería involucrarte en ideas que al beneplácito de los contemporáneos, son infantiles por naturaleza.


Quería amarte. Quería en términos desaprensivos, la liviandad de cortarme las venas y amarte. Extinguirme cuando lo diga el mundo y flashearte. A posteriori, flashearte.



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