Siendo Almodovoriana, siempre me arrancaste un suspiro de hartazgo. Suspiro de las mentiras que soportan las mujeres fieles e ignorantes.
Y acaso, hombres déspotas y enamoradizos. Pero quería dilucidarte de las mentiras a favor del bien. Un bien retrógrado y escurridizo.
Obviamente a expensas de los fenómenos que te garantizan la superficialidad de un amor caliente y desapasionado. Es decir, desunido de las consideraciones anárquicas y sin contemplaciones del reino de los cielos.
Y sí fuera por mí, nunca te querría, nunca. Aunque venga un sentido y me mate resplandeciendo.
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