martes, 23 de septiembre de 2014

La Aceleración

No estoy a tiempo de juzgar apreciaciones erróneas sobre el modo de vivir en sociedad sin falsa apariencia. Ni las mentes más respetuosas cambiarían la idea que tengo sobre el porvenir del sistema.

Donde no hace falta decirte, qué demanda muchísimo amor convencerte de que la genialidad del síntoma, especie de escalofrío en la piel, era porque no sabías que Dios te engañaba con el pensamiento. Y sí intuías desaprensión y miedos, de los que te querían bien, concluiste en lo correcto para juntar fuerza y continuar . 


Porque no se trata de obviarte las responsabilidades de encarar el destino y elucubrar la infidelidad necesaria. Acaso nunca resplandeciste por el dinero mal habido (Lujuria y premeditación). Pero nunca te imaginaba solo. Te imaginaba con los problemas de la angustia que todos tenemos casi seguro, pero intentando imponerte el deseo de la felicidad. 


Otrora, el sentimiento del placer por suponer, la unidad de los ángeles caídos en abstracta performatividad del mundo. Esto es, al cañón de los legitimados para morirse. 


Destinaba fácil entonces creer en Dios por necesidad. Cuando nadie te quería strictu sensu, por un conducto a priori del corazón. Acaso era verdad de calentar los motores sólo a instancias de la artimaña. 


Y a veces, explicitando rencores de los menos favorecidos, incluso cuando por conveniencia ya no era contingencia, siempre te permití ser. 


Ser, a sabiendas del desamor proclive al jaque. Incluso por desarticulación de los cuerpos pesados. Denominarte y arrogarte. Placer por ampliar el pulso.



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