Tenía abstinencia. Tuve que aprenderlo observando algunas modificaciones de mis afectos más íntimos. Rarísimo. No lograba enamorarme sin mentirme a mí mismo. Y pasaban los tiempos y yo seguía ahí, haciendo distinciones entre la conveniencia y la necesidad.
Pero no me importaba que nunca entendieras que la abstinencia la imponía la vida, cuando decidíamos guerrear porque sí y sin motivos aparentes. Para ello, tuve que imaginar y decidir lo contrario a las indicaciones de los esclavos. Faltaba amor. Enaltecerte y guardarte del Señor era lo que más me secreteaba el ángel caído.
Había manteca. Yo no lo sabía.
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