Cuál destino tenía Dios en su inspiración para soñarse virtualmente sin existencia, y arremeter conductas sin necesidad de arrepentimiento.
Porque sí fuera plausible, su posición de inexistente, a nadie se obligaría a pensar obscenidades con tal de sentir la vara de una culpa.
Y es que entonces habría civilizaciones domadas por situaciones de histeria y vacuas leyes, que sólo morigeran la falta de conexión y el arduo despliegue de la armas, frente a los sincericidios del momento sin ubicuidad de la significancia.
Debería Dios un tumulto. Debería la sensación de amar, y el fuste para el martirio.
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