domingo, 22 de marzo de 2015

Los Delfines que no sabían del mandalismo

Una falsa felicidad no iba a dilucidarme si estaba errado en las consideraciones de la naturaleza, a propósito de los que ignoran que hay un amor verdadero y generativo. Yo estaba ahí, observando como las nuevas generaciones se entusiasmaban con los delfines y pensaban porque Dios los educo así.

Sólo sabiendo deslizarse por los mares, al destino de las ideologías cruentas y al permiso de quién sabe, injerencia poderosa de las víctimas.


Pero entonces imaginaba que los mares, sin la sapiencia de los vientos salvajes, nada dirían en sus cosas cuando la humanidad investiga si sus profundidades son elípticas, por casualidad, o porque Dios no supo.


No supo en su espíritu amor por una felicidad lograda a labor intenso de los trepadores. Teniendo consideración en los delfines delineados prima facie, por una idea inconclusa de su energía sublime. Común, la carne de estos estuarios.

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