Era una decisión sin miramientos. Acaso ahondada por una voluntad tibia y sin saber de la verdad en sus consecuencias. Tenía deseo de una inteligencia intuitiva, a priori de las verdades en sus contextos.
Pero no podía. La mente me trepaba en almas engañosas y dificultaba el esclarecimiento de amistades ajenas en falsedad e hipocresía.
Y yo tenía culpa. Trepe los límites de la velocidad y conocí lo incognoscible.
Refute al outsider y lo lloré en (otro) tiempo.
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