Los derechos corrompidos ya no alteran el buen funcionamiento de las normas a cumplir. En cierto modo, ellos son los que imponen las migajas esparcidas de una voluntad sin ética sobre sus hombros.
Pero no se comprendía. Haberme equivocado con Dios porque el sustituto de la ignorancia no le planteaba lo correcto para existir feliz, era irresoluto.
Aunque para los grupos que imponían la crueldad, por el propio derecho de su existencia, no les importaba contrarrestar fuerzas programáticas de algún modelo de vida no legitimado en estás instancias.
No quería mentir, pero la razón absoluta que debería imponer seguridad a mi pensamiento ya no existía. El grupo se hacía sádico de las cosas bellas.
Sin destino, victorizaban sus hazañas. Moral erudita de los déspotas.
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