El color negro no me apetecía. Luego de la seguridad había que regenerar gran parte del tejido celular desintegrado por yerros previstos para apaciguar el océano. Y yo, creyendo de la honestidad y rectitud con los fines especificados de la templanza.
Ahora no podía desplegar la sensación de verdad que a veces ocultaba una filosofía de vida, que aparecía y desaparecía.
Ya se que no. La lucidez demostraba austeridad para no tener que mentirte y escribir que frecuentabas mis sueños.
No había humo de la negritud. Envuelta en acoso de ideologías que emancipaban a ciencia escondida, perfecciones de un destino subalterno.
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