Entonces estaban todos premeditados cuando quisieron comunicar la consideración sin veracidad. Yo me deleitaba en sigur ros y le decía al pendejo que no nombrara a sus contemporáneos que tanto yerro habían tenido.
Y venía el mundo distante de los guerreros y esos que nunca piensan.
Había momentos de tremenda elucubración divina. Se querían como una sociedad sin conveniencia. Y amaban sí, a algunos destinatarios del futuro.
Yo estaba ahí, sin tiempo presente, pretendiendo de las generaciones antiguas que reconozcan la parábola de los peces multifacéticos.
No hubo suerte. Me volvía solitario y casi perfecto al bosque de mis deidades.
Pero no quería. No quería suponer que el azar era más listo que yo y engendraba más ideas conceptuales que mi propio Dios.
Lloré. Entretuve a la melancolía química y me desintegré.
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