Todo el mundo giraba a su alrededor. Tanta pendeja sin personalidad que él no sabía como disciplinarlas. Aunque no de malo, sino porque era necesario adquirir ideas innatas que individualizen al corazón de los amantes clandestinos.
Yo lamía a los usureros que simulaban ser dioses y andaban a caballos.
El Presidente me los ignoraba. No era poderosa su decisión. Pensaba que los dioses de barro también tenían su ideología y su identidad para enfrentar las batallas finales.
Eso sí, cuando se hablaban de culpas, ellos no tenían nada que ver.
Eso sí, cuando se hablaban de culpas, ellos no tenían nada que ver.
Dormían y dormían, adrede se iban a discutir. Rara pasión de los amantes.
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